Al profesor D. Ángel Cristóbal Montes, in memoriam

La conexión maestro-discípulo se manifiesta particularmente en el mundo académico
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Director Grado de Derecho Universidad San Jorge
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Desde el surgimiento de las Universidades europeas en el siglo XI, la relación que se entablaba entre maestros y discípulos constituye una de las arterias principales de transmisión de conocimientos, saberes y valores, inoculados a modo de vasos sanguíneos que se retroalimentan simbióticamente. Una relación que trasciende lo estrictamente académico y se proyecta hasta lo más recóndito de las cuestiones divinas y humanas.

Precisamente y, al igual que los hijos respecto de sus progenitores, los discípulos representan en la Universidad la continuación y sucesión de la obra realizada por sus maestros y la manera de perpetuar su recuerdo y legado entre las generaciones venideras.

Esta conexión maestro-discípulo participa y hace suya una serie de virtudes elevadas a la categoría de pautas de comportamiento, que se manifiestan particularmente en el mundo académico: lealtad, incondicionalidad, respeto, amistad, admiración, veneración y agradecimiento.

Concretamente y, por lo que a D. Ángel Cristóbal Montes se refiere, cuento con el privilegio de haber surcado con él una travesía que se remonta cuarenta años atrás y que, como no podía ser de otra manera, abunda en anécdotas, lecciones, aprendizajes y sentimientos de la más alta estima y consideración.

En efecto, cuando evoco nuestros primeros contactos, destaco el poderío y convicción de su verbo ágil, preciso, seductor y abrumador, revestido de un semblante magistral, solemne e ilustrado que a nadie dejaba indiferente: sin apunte alguno ni notas complementarias que le auxiliaran, armado exclusivamente con el Código civil y un cerebro prodigioso, sus clases enseñaban, entretenían y cautivaban a los alumnos, absorbidos por una oratoria vibrante que magnificaba la figura de un personaje en modo alguno al uso, que tanto combinaba el porte impecable del catedrático europeo, cuanto imbuía la frescura del intelectual latinoamericano atildado con guayabera.

Posteriormente, tuve la oportunidad de reeditar su rica y fructífera aventura venezolana y pude comprobar la impronta de su magisterio en las Universidades Católica Andrés Bello y Central de Venezuela, como un integrante cualificado del amplio elenco de insignes juristas españoles que, junto a los eximios Antonio Moles Caubet, Joaquín Sánchez Covisa o Manuel García Pelayo, arribaron a la patria de Andrés Bello en busca de proyección personal y profesional. Aun hoy día, con todas las dificultades existentes en un régimen autocrático que tiende a permanecer omnímodamente en el tiempo, se consultan los textos del profesor Cristóbal Montes, se exhiben en las librerías jurídicas y se estudian en las universidades venezolanas, cual reliquia de culto académico. Felizmente, pues, su obra escrita, tanto en Venezuela, como en España, permite asegurar un legado vivo y permanente entre nosotros.

Con una complicidad insospechada y la periodicidad con la que la puntual coincidencia en Zaragoza nos premiaba, repasábamos en su despacho de la Facultad de Derecho o en el entrañable Café Moderno de la calle Dato temas de conversación de toda índole, que transitaban desde lo académico hasta lo político, siempre teñidos del indeleble poso latinoamericano que arrojan vidas paralelas de ultramar: su experiencia y saber enciclopédico nutrían estos encuentros, como prueba del cordón umbilical que sella y entreteje la relación que media entre maestro y discípulo.

Emprendido el último viaje del genuino maestro, no queda al discípulo sino reconocer con gratitud el regalo del destino de poder compartir sus enseñanzas; ponderar en su justa medida el vívido y grato recuerdo de vivencias comunes; y, sobre todo, mantener su memoria presente, amén de honrar con creces su nombre, saber y magisterio.