Bitácora de un joven y apasionado investigador en humanidades
Ponencia 3ª edición de los Premios de Investigación de la USJ y Fundación Edelvives
«El hilo conductor de esta ponencia se bifurca en dos objetivos. Por un lado, en la exultación, exaltación y reivindicación de las ciencias humanísticas y, por otro, en plasmar desde mi experiencia, y la de las personas que me han servido como referentes, las cualidades que vertebran el perfil del investigador en humanidades.
A modo de aclaración, he de significar que en el título que portica mis palabras consta «joven investigador» y no «investigador joven», porque cuando se frisa cierta edad se suman experiencias y vivencias, no solo años, pues la investigación es un elixir de juventud. Máxime cuando para el historiador vocacional que les habla los cultivadores de esta disciplina no son artesanos del pasado, sino artífices de futuro.»
Las humanidades han existido desde que el hombre comenzó a reflexionar sobre sí mismo y a considerar sus elecciones y responsabilidades, a buscar un sentido, a ahondar en sus primeridades y ultimidades.
Desde que Prometeo y Epimeteo robaron el fuego de los dioses junto con el lenguaje y la cultura. Cuando se cobró conciencia y consciencia de una humanidad compartida a través de Confucio, Demócrito o Protágoras, y de la existencia de una red de reciprocidad entre personas. Todos estamos atados a la vida de los demás y reconocemos algo de nosotros en las experiencias de los otros. Somos hombres, y nada de lo humano nos es ajeno, remedando las palabras de Publio Terencio el Africano.
En La utilidad de lo inútil, Nuccio Ordine reivindica la fuerza generadora de lo inútil, pues, si perseguimos meramente en nuestras investigaciones una finalidad utilitarista-pragmática, produciremos una sociedad enferma y sin memoria, náufraga y amnésica, que acabará por perder el sentido de sí misma.
Las humanidades, así, propugnan una revolución incruenta; son incómodas, pues aspiran al desarrollo de la capacidad crítica del análisis, la curiosidad iconoclasta de dogmas, el razonamiento lógico, catalizar las más altas realizaciones del espíritu humano y alcanzar una visión panorámica del saber. La cultura es, por naturaleza, una fuerza espiritualmente emancipadora. Las personas no somos algoritmos o ecuaciones, sino historias, narraciones y biografías.
Las humanidades, por ende, nos ayudan a comprender y navegar en la complejidad del mundo en que vivimos, somos navegantes que han partido de Ítaca, pero que deben encontrar un sentido en su peregrinar y regresar renovados, tras odiseas y búsquedas interiores. Asimismo, fomentan el pensamiento crítico, la empatía, la creatividad y la innovación, además de preservar y transmitir nuestra cultura y ofrecer un utillaje de herramientas indispensables para enfrentar los desafíos y oportunidades de nuestro tiempo.
Reivindican la libertad de pensamiento basado en la cultura, la búsqueda de la Verdad, la avidez por la sabiduría, el vínculo entre iguales, la ética, la honestidad, la educación y la convivencia, todo ello con el respaldo del conocimiento, el razonamiento crítico, el método científico. Son antídoto de la intolerancia política y religiosa, del populismo, el individualismo, los nacionalismos y la xenofobia. La investigación en humanidades acaso no trae la paz, pero sí la propicia, educa y genera liderazgos.
Los humanistas son librepensadores, pues guían sus vidas a través de la brújula que marca su conciencia moral. Creen en el estudio, la educación, la ética del trabajo, la originalidad, la resiliencia, el tesón, la perseverancia, la imaginación, la pasión, la rebeldía, la versatilidad, la integridad y el amor por los libros.
Son apasionados y hacen aquello que aman; encauzan su potencial hacia su pasión por el saber y una curiosidad poderosa, insaciable. Mantienen la mirada de la mente de un principiante, de un neófito, sin caer en la tentación de considerarse expertos, construyendo retratos, etopeyas y geografías espirituales. Pervive en ellos la belleza de la niñez en la vida adulta. Acaso la genialidad reside en la recuperación voluntaria de la alquimia de la infancia.
Poseen sentido del humor, experiencia que implica al cerebro en su integridad y permite reflexionar con claridad y pensamientos más integradores. La risa es meditación para el cerebro y la sonrisa poetiza el rostro. No solo saben que un día sin una sonrisa es un día perdido, sino que se saben, en cuanto seres humanos, lo suficientemente importantes como para no tomar demasiado en serio sus propias limitaciones.
Los optimistas viven de media una década más que los pesimistas; los optimistas tienden a tener éxito, mientras que los pesimistas tienden a tener razón. Baste que alguien se declare feliz para que evolucione toda la humanidad, porque implica un infeliz menos. La felicidad está en la búsqueda, no en la meta; ni siquiera en el camino, sino en el caminar. Ponte metas, pero con un horizonte más amplio, para que no caigas en el conformismo y en la autocomplacencia.
Los anima la esperanza en la perfectibilidad humana, en la capacidad innata de aprender y en el deseo de saber; interpelar los símbolos, las técnicas, los valores, la memoria, que los hombres podemos mejorar por el conocimiento. En la conversión de individuos en personas.
En efecto, la fe en la educación, en transmitir ilusionadamente el acervo común de nuestra experiencia cultural colectiva y multisecular. No nacemos al mundo, sino al tiempo. El ser humano siente la imperiosa necesidad de otorgar sentido y valor racional y simbólico a las cosas. La clave del jardín simbólico de los significados la obtenemos siempre de nuestros semejantes.
Anida en ellos la cultura del esfuerzo personal, el gusto por el trabajo bien hecho, el compromiso sincero, la generosidad de miras, la atención no solo a la satisfacción de los derechos, sino al cumplimiento de los deberes. Son, en suma, adictos a pasarse la vida aprendiendo como eternos aprendices. La erudición puede desembocar a veces en un cúmulo de conocimientos, pero la sabiduría es transformadora. Las ideas brillantes que cambian el mundo nunca son repentinas, sino el resultado de una larga gestación, no son resultado de la serendipia, salvo si tras de ella confluyen inspiración y transpiración, talento y esfuerzo.
El amor por la lectura expande las experiencias vitales –son, somos, letraheridos– ofreciéndonos modelos a los que emular como base de nuestra brújula moral. La palabra escrita es un potente tónico para el crecimiento intelectual. El parnaso de la lectura fomenta la imaginación, la reflexión, entrena tu mente, incrementa tu cultura, te hace más elocuente. La mente que se abre a una nueva idea jamás volverá a su tamaño original. Leer es como besar: a quien lo hace con frecuencia se le nota en la lengua. La lectura es un diálogo en que el libro se expresa y el alma responde. La lectura nos hace libres y el conocimiento nos otorga poder transformador.
El hombre no es tanto sapiens –a veces, diría que incipiens– como quaerens. Es un ser que se interpela, se interroga, descubriendo que lo que no hacemos conscientemente se manifiesta en nuestra vida como destino. Las personas sagaces saben, tras preguntar, cómo escuchar; los ignorantes, no. Hablar es una necesidad y escuchar, un arte, porque la naturaleza nos ha dado dos oídos y una sola boca. La escucha sirve para enriquecerse a través de los demás, para entrecruzar sentimientos, afectos, pensamientos y vivencias.
Son intrépidos por poseer una innata tendencia a tener experiencias nuevas y no familiares. Locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes. Somos arquitectos de nuestro destino; no podemos resolver los problemas con el mismo pensamiento que usamos cuando lo creamos. No fracasas hasta que dejas de intentarlo. Ponte al límite, propón nuevas ideas. Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos la vida es rutina, lenta agonía. El fracaso solo es la vida que intenta llevarnos en otra dirección; nunca te conocerás de verdad ni conocerás la fortaleza de tus relaciones si la adversidad no las pone a prueba. Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno.
Son disconformes y generan a veces conflictos con la autoridad –aunque en ocasiones permanecen demasiado silentes porque la sociedad no precisa mesías, sino liderazgos morales–, incómodos porque interpelan el canon establecido. No es baladí que personas como Anaxágoras, Pitágoras, Tucídides, Aristóteles, Séneca, Ovidio, Dante, Erasmo, Tomás Moro, Giordano Bruno, Voltaire o Rousseau fueran desterrados o murieran en el exilio por diversos motivos. Porque la revolución de la sociedad pasa por la revolución personal.
Poseen pensamiento transfronterizo, pues cuanto más amplia es la formación de un investigador, mayores son las posibilidades de que en la mente se combinen ideas dispares. No en vano, las polímatas combinan elementos dispares para crear cosas nuevas y transformadoras; perciben el vínculo invisible entre las cosas, el pensamiento analógico. La conexión de patrones numéricos de la música y las matemáticas son procesos basados en la lógica que producen satisfacción estética.
La multidisciplinariedad nos alienta, en palabras de Einstein, a deambular, manteniendo la audacia de la ignorancia activa, al pensamiento lateral, es decir, pensar al revés. Entender un concepto concibiendo su opuesto nos hace más flexibles e imaginativos, nos enseña a sentirnos cómodos con la paradoja. La rígida división entre ciencias y letras es ilusoria si las dejamos fluir y enriquecerse mutuamente.
La vida no es un accidente regido por las coincidencias. El caos es el orden que todavía no comprendemos, la casualidad es una causalidad para cuya percepción carecemos de la suficiente perspectiva. Solemos preguntarnos por qué nos pasan las cosas, en lugar de reflexionar para qué, lo que favorece que intuyamos la oportunidad de aprendizaje ante cualquier experiencia. La física cuántica defiende que la realidad es un campo de potenciales posibilidades infinitas, de las que se materializan aquellas que son contempladas y aceptadas. Existe una secreta ley de la sincronicidad: todo lo que ocurre tiene un propósito, cuyas conexiones son intuidas y comprendidas por el corazón.
En suma, todos tenemos encomendada una misión que nos mantiene vivos y nos confiere una razón de vivir, el ikigai. Y hete aquí donde desembocamos en la bienaventuranza aspiracional de todo ser humano: amar y ser amado, en una vida que es un don que nos es dado sin pedirlo, con la única condición de ser vivida y dejar huella.
Miguel Ángel Motis es profesor titular de la Universidad San Jorge y catedrático de Universidad.
Tiene tres doctorados: en Historia, en Derecho y en Antropología Social y Cultural.