DEL PUPITRE A LA PIZARRA
Si tuviera doce años, volvería a elegir San Valero
Hace dos décadas exactamente que entraba por las puertas de San Valero por primera vez. Aquel septiembre de 2004 fue el inicio de un largo camino que nunca pensé que se alargaría más de los cuatro años de la secundaria y los dos de bachillerato. En aquella mochila cargada de cuadernos, libros, ilusiones, miedos, expectativas y nuevas amistades, también llevaba, aunque lo descubriría más tarde, mi vocación por enseñar.
Recuerdo con mucho cariño y nostalgia a mis compañeros. Muchos veníamos del mismo colegio, otros llegaron después, y nos convertimos en una gran familia que todavía seguimos manteniendo, supongo que esa es la magia de San Valero. Recuerdo por supuesto a mi tutor Antonio Torrea, que fue nuestro fiel acompañante y guía en la ardua tarea de la ESO. Recuerdo también aquellas clases por las tardes, que costaban un poco más. Me acuerdo de aquel jardín que diseñamos a escala en clase de plástica, que más tarde plantamos, y que a día de hoy se sigue cuidando y mimando para que las nuevas generaciones puedan disfrutar de él. Cuando no teníamos ni proyectores ni pantallas inteligentes, y los profesores pasaban las diapositivas en un carro que íbamos a buscar al departamento. No me olvido de las filas que se hacían durante el recreo en la cafetería. Recuerdos y más recuerdos de muchos profesores que nos enseñaron dentro y fuera del aula, aprendimos de ellos y aprendimos a ser nosotros mismos.
Y cómo olvidar el día que me llamaron para formar parte de San Valero, esta vez al otro lado del aula. Los inicios fueron muy fáciles porque aquellos mismos profesores que me ponían las notas, ahora eran mis compañeros y compañeras en las reuniones de evaluación. No voy a negar que al principio se me hacía extraño, estar en el otro bando y conocer todos los procesos y organización que como estudiante no veía, pero me dieron la mano en este camino de la enseñanza, volvieron a ser acompañantes y guías.
Han cambiado muchas cosas, los libros de papel ahora son ordenadores, ahora no hay reproductores mp3 pero hay Spotify en el móvil, el centro ha crecido y hay más alumnos y alumnas. Pero afortunadamente, hay muchas cosas que siguen igual. La calidad humana de los que aquí trabajan, la pasión de acompañar como tutores y tutoras, la ilusión por hacer proyectos nuevos, el compromiso por educar en valores.
Y aquí me encuentro, dos décadas después, desde la mesa del profesor, haciendo lo que más me gusta. Intentando ser una profesora que sirva de inspiración y guía a mis alumnos y alumnas. Que descubran quiénes son y quién quieren llegar a ser, y nosotros les ayudemos. Que hagan lo que hagan, se conviertan en grandes profesionales. Que recuerden con tanto cariño como yo sus años por San Valero. Que muchos descubran su vocación por la educación aquí, como yo lo hice. Que muchos puedan ser más adelante mis compañeros de profesión.
Si tuviera doce años, volvería a elegir San Valero.