MI EXPERIENCIA EN TAILANDIA

Ayudar en medio del desastre
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Cónsul Honorario de Chiang Mai
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Mi influencia familiar me hizo tener un grandísimo interés por conocer otras culturas desde lo más profundo. De ahí, que hace 13 años decidiera poner rumbo a Asia para conocer los países del sudeste de este continente. Este fue el inicio de mi historia de amor con Tailandia. Tanto es así, que desde entonces es mi lugar de residencia. Mi hogar.

Desde que llegué traté de ayudar tanto a extranjeros como a tailandeses, en un país en el que esta condición puede no ser sencilla. Y fue precisamente ese altruismo el que me convirtió en cónsul  honorífico de la ciudad en la que resido: Chiang Mai.

Llegué sin amigos y nada que hacer. Estuve alrededor de dos años viajando por el país, sin conocer mucha gente. Las pocas personas que conocí eran chicas tailandesas que trabajaban en bares. Y esto me permitió conocer de primera mano la clase baja del país y ver cómo viven. En ese punto, es muy difícil abstraerse y no ayudar.

Una de las primeras personas a las que conocí fue a Ploy, Una joven cuya familia inmigrante vive en un poblado en las montañas de Chiang Mai. Ploy tiene dos hermanos con algún tipo de enfermedad que, por falta de recursos, nunca ha sido diagnosticada.

Conocer a Ploy y a otras chicas con situaciones muy complejas me hizo descubrir una realidad social que realmente es la predominante en Tailandia.Internacional

Y a medida que pasaba el tiempo mis amigos thais empezaron a recurrir a mí cuando algún conocido necesitaba ayuda. Sobre todo, me pedían ayuda económica para medicamentos. Y durante años ayudé a gente a través de acciones pequeñas: dejar dinero, alojamiento….

Mientras tanto,  abrí una agencia de viajes (Flexible Travel) para la cual formé un equipo con cuatro mujeres tailandesas. Y sí, la decisión de que fueran mujeres fue meditada: son las que mantienen el país, a la vez que son la parte más vulnerable y más débil de la sociedad Thai. Todos juntos comenzamos acciones de ayuda de mayor impacto.

El primer paso fue ayudar al poblado de Ploy. Los baños de la escuela de infantil del poblado en el que vive su familia estaban inutilizables, por lo que decidimos arreglarlos, Recaudamos dinero entre los clientes que visitaban la tribu y con esas donaciones pudimos cumplir este objetivo.

Esto fue sólo el inicio. Después comenzamos a repartir mantas a las diferentes tribus que se sitúan en la falda de la montaña Doi Inthanon. Se trata de la montaña más alta del país y en los meses más fríos las temperaturas pueden llegar a bajar hasta los 0º. ..desde entonces, todos los inviernos lo hacemos.

La pandemia cambió al país asiático

Tailandia se cerró a cal y canto. Esto supuso un duro golpe para un país cuya población vive fundamentalmente del turismo. Y,como resultado, el número de personas sin hogar o con la necesidad de pedir comida en las calles aumentó de forma notable.

Al ver esta situación, nos surgió la idea de montar un puesto para donar alimentos. Durante dos meses compramos, cocinamos, empaquetamos y repartimos 16.000 sets de comida. Unas 10 toneladas de alimentos. Y dimos de comer a unas 300 personas diarias, que hacían hasta 6 horas de cola a la intemperie.

La problemática de Myanmar

La pandemia fue remitiendo y la situación, aunque lejos de parecerse a épocas mejores, se calmó. Lo que nos permitió a mi equipo y a mí centrarnos en otros objetivos.

Un día recibí peticiones de ayuda desde Birmania, para personas que se encuentran en manos de las mafias, ante lo que decidimos enfrentarnos a un nuevo reto.  El panorama era aún más complejo, puesto que es mucho más difícil conseguir financiación y era ilegal e peligroso intentar ayudarles y cruzar la frontera.

La pandemia lo puso todavía más complicado: Tailandia decretó el estado de emergencia en todo el país y limitó muchísimo la movilidad, así que cruzar la frontera pasó de ser un delito a ser un delito muy grave con pena de cárcel. Aun así, no perdí las ganas de recaudar dinero para la causa.

Cuando la ayuda económica llegó empezamos a organizar el viaje a Birmania. Uno de los trayectos consistía en cruzar el río y los repartos de comida se hacían de familia en familia o se repartían a una aldea entera.

Tuvimos que pedir permiso al “señor de la guerra”, es decir, al dueño de todos los terrenos que hay en esa zona de Myanmar próxima a  y donde se encuentran los desplazados. Si apareces sin avisar, pones tu vida en peligro.

Fueron unos meses de viajes constantes y llegó un momento en el que tuvimos que tomar la complicada decisión de dejarlo. A mi equipo y a mí nos estaba pasando factura a todos los niveles, así que tuvimos una reunión de emergencia y nos planteamos la posibilidad de centrar nuestra ayuda en Tailandia. 

Compramos  y repartimos  2600kg de arroz y 800 mantas. En este caso, con destino a diferentes puntos de Tailandia donde se encuentran personas en riesgo de exclusión. Entre otros, campo de refugiados en Mae Hong Son o un orfanato en Chiang Mai.

Y hace dos meses… otro gran punto de inflexión

Y hace dos meses…ocurrió otro punto de inflexión. A través de un amigo francés, visitamos un orfanato en el que nos encontramos a 35 niñas de entre 4 a 17 años, en unas condiciones complicadas. Y volviendo del orfanato a casa, decidimos volcar nuestra ayuda a este lugar. Tanto las infraestructuras como la organización eran muy mejorables y con nuestra aportación diaria podemos ayudar mucho.

Ahora mismo, nos encargamos de gestionar las donaciones para recibir lo que realmente las niñas necesitan: comida, bombillas, productos femeninos… aunque su objetivo final es mucho más ambicioso: queremos favorecer el futuro estable para estas niñas que, de lo contrario,  sin una red de familiares y amigos, cuando dejen el orfanato a los 17 años, pueden acabar muy mal.