Conciencia o colapso
El mundo en el que vivimos se abarrota de máscaras y de velos
Atículo publicado en Heraldo de Aragón el 30 de junio de 2024
En su nuevo libro, tercero de la trilogía publicada en Fragmenta editorial, Jordi Pigem plantea esta dicotomía: o los seres humanos adquirimos conciencia real de la vida o nuestro mundo colapsa. La confusión aumenta desproporcionadamente entre nosotros, en gran parte porque las pantallas nos tienen hechizados —¿atontados? —. En lugar de ganar en conciencia de lo real, en claridad de mirada, el mundo en el que vivimos se abarrota de máscaras y de velos; nadie parece ser quien es, sino lo que representa supuestamente en sitios virtuales, falsos, ni siquiera paralelos a los reales, pues ni las imágenes son ya reflejo especular de algo. Propagandas de todo tipo lo relativizan todo y pasamos, sin pensarlo, al tramposo e irresponsable “todo vale”. Las representaciones suplen a las personas. Estremece pensarlo.
Hannah Arendt ya detectó en su tiempo “desprecio por la realidad”; hoy, lamentablemente, su atisbo se ha convertido en uno de los dramas del presente. Circe, la hechicera mitológica, no descansa, transformada en Circe 2.0 (Jordi Pigem). Solo la conciencia puede hacer frente a sus hechizos. Pero lo tecnológico puede más: transmutado en ideología, nos arrastra en el torbellino de la velocidad, y perdemos el norte y todos los puntos cardinales.
Esta y más reflexiones presenta Pigem en un trabajo lúcido y valiente, en cuya lectura asistimos al prodigio de una escritura amable, capaz de transmitir pensares complejos con sorprendente claridad. El más inquietante de sus argumentos es la creciente desvinculación de la realidad. De dos maneras accedemos a lo real: acogiéndolo en su integridad y asumiendo sus múltiples relaciones —que no siempre entendemos y menos aún controlamos—, o desde el análisis y el cálculo. La primera nos acerca al latido de la vida; la segunda nos aleja de él, sobre todo cuando el esquema calculador se reproduce sin tregua ni medida. Esta última manera desarraiga nuestras vidas; sus operaciones mecánicas confunden y hacen opaca la luz cotidiana. Y es que nos hacemos cargo del mundo, bien desde una mentalidad abierta, “holística y fluyente”, bien con una mente algorítmica y medidora. La última acaba atrapada en los ovillos de sus propias cuentas y, obsesionada por el control, se hace tan manipulable como manipuladora quería ser. Tal actitud dirigente maneja, además, a las personas, y sus “maneras” algorítmicas son, por desgracia, cada vez más abundantes y fomentan “la cosificación del conocimiento, de la educación, de la salud, de la naturaleza, de nuestras relaciones, de nuestra identidad y de nuestra experiencia”. En esas andamos. Mucho progreso tecnológico, pero escasa conciencia de realidad.
Hemos hecho un mundo insoportablemente burocratizado y cada vez más huérfano de criterios de verdad. En nuestras sociedades, las cifras camuflan los rostros y triunfan la ficción y la mentira. Si sigue tal vorágine de dispersión, ¿podremos alegrarnos con el que ríe o sentir con el que llora? Mientras —de palabra— ensalzamos la empatía, ¿no vemos cómo enfermamos de individualismo?