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El periodista Antonio Pampliega habla sobre la profesión y los conflictos bélicos

Un encuentro organizado por Cultura USJ y el Centro San Valero
10.03.2023

El periodista especializado en conflictos bélicos y crisis humanitarias Antonio Pampliega estuvo ayer en el Edificio Grupo San Valero impartiendo la conferencia “Escribir para sobrevivir, la experiencia de un periodista secuestrado 299 días”. La charla estuvo organizada por Cultura USJ Centro San Valero, se enmarco en el programa “Ciclo de conversaciones” y estuvo moderada por José Juan Verón, director del grado en Periodismo de la USJ.

Por la mañana estuvo con los alumnos de Centro San Valero contando sus experiencias y la realidad que se vive en las zonas de conflictos bélicos, cómo afecta a las personas que allí viven y de qué manera repercuten al resto del mundo. Los asistentes han tenido la oportunidad de preguntar al periodista sobre su terrible experiencia secuestrado en Siria y cómo se sobrevive mental y físicamente a una situación así.

Antonio Pampliega afirmó que la guerra de Siria marcó un antes y un después en la generación de periodistas que estuvieron en sus inicios. “El cerco de Alepo fue una sangría. No he visto una cosa igual en la vida. Nos robó la inocencia, porque no éramos conscientes de lo que estábamos cubriendo. Empezamos documentando la revolución pacífica de la población contra un dictador y acabamos siendo objetivo de grupos terroristas”, declaró.

Antes de su secuestro en Siria en 2015 junto con sus colegas José Manuel López y Ángel Sastre, el periodista había estado 11 veces en el país. Y tras su liberación continuó volviendo a zonas de conflicto porque, tal como explicó, “es un compromiso con la población civil”, porque si la realidad no se documenta, “sería mucho peor”.

Un secuestro de 299 días

Pampliega no mostró rencor hacia Usama, el traductor que les vendió. “En la guerra te encuentras personas buenas, personas malas y personas que tienen que elegir entre su familia y gente desconocida. Con el dinero que el grupo yihadista le daba, nuestro traductor iba a sacar a su familia de un campo de refugiados. ¿Nosotros hubiéramos hecho lo mismo?”, planteó.

Así, “sin ver el secuestro hasta que lo tienes encima”, el 13 de julio de 2015, una furgoneta se cruzó en su camino impidiendo el paso del coche en el que viajaban. Bajaron cinco o seis hombres armados, les taparon la cabeza, les engrilletaron y comenzó un cautiverio que se alargó 299 días. “Era un grupo pequeño y nos iban a vender. Nuestra suerte dependía de a quién lo hicieran. Si lo hacían a Estado Islámico, teníamos un problema. Y si nos vendían a Al Qaeda, quizás podríamos tener una oportunidad”, recordó Pampliega.

Tras tres meses secuestrados en “una especie de chalé en medio de la nada” donde no les trataban con violencia, la suerte de Antonio cambió: llegó una carta para él de parte de Luis Munar, un exmilitar español que había sido instructor de los rebeldes en Siria y a quien Pampliega había entrevistado en una ocasión. La carta de Munar era una prueba de vida en la que le realizaba tres preguntas. La tercera de ellas acabó convirtiéndose en una trampa para el periodista. Tuvo que responder el nombre, la profesión y el lugar de trabajo de una amiga que tenían en común y que era enfermera. “Al responder en inglés, escribí nurse, y el grupo que nos había secuestrado era Al-Nusra, así que pensaron que estaba enviando un mensaje encriptado desvelando quién nos tenía y creyeron que yo era un espía”, relató.

Esa misma noche lo cambiaron de localización y lo separaron de sus compañeros tras 92 días de secuestro juntos. “La primera mañana, nada más entrar, el secuestrador me pegó y me dio las instrucciones que tenía que seguir a partir de entonces: medio litro de agua al día, dos ocasiones para ir al baño, comer si ellos quieren, ducha si ellos quieren y solo una vez a la semana, prohibición de hablarles si ellos no se dirigen a mí y obligación de mirar a la pared cuando ellos entran”, enumeró. “Entonces vi que mi situación había cambiado”, agregó.

Entonces, comenzó el periodo de cautiverio más duro para Antonio. Sin nadie con quien hablar, el pensamiento más recurrente era que lo iban a matar. “También tenía sentimiento de culpa al pensar en mi familia. Pero, sobre todo, estaba muy cansado. Todos los días era iguales: me levantaba, hacia la cama, iba a la cámara y les insultaba, lloraba, me dormía, comía, dormía y no me movía del suelo. No quería caminar ni hacer nada”, recordó.

Esta “monotonía salvaje” le llevó a tal punto de desesperación que pidió a sus secuestradores que lo mataran. “No aguantaba más y la muerte también era una salida”, afirmó. Tampoco podía escapar, pues en una ocasión escuchó que otra persona que estaba secuestrada a su lado intentó escapar y no lo consiguió. “Entonces solo me quedaba morir”, reflexionó.

Pero aguantó y llegó el día de su liberación. Lo llevaron a un campo y lo reunieron con sus dos compañeros. Entonces el líder del grupo terrorista les ordenó caminar hasta llegar a la frontera con Turquía. Una vez allí tuvo que enfrentarse al que, paradójicamente, fue “uno de los peores momentos”: llamar a casa. “No sabes si quieres hacerlo, porque la vida ha seguido y no sabes cómo están los demás. ¿Seguirán mis padres y mis hermanos? Tienes un sentimiento de culpa muy grande”, explicó.

Yonkis de la cobertura de conflictos bélicos

Y cinco meses después de su liberación, vuelve a Irak. “Somos yonquis. Te das cuenta de que lo que tienes en España no es suficiente. Necesitas volver y necesitas la adrenalina. Hay algo que nos atrapa. A mí me gustaba estar en Siria. Me sentía vivo. Sentía que valía para algo”, argumentó.

Ese “algo” sigue dentro de él y es lo que le va a hacer viajar a Afganistán en unos meses. En este caso, no para estar en el frente – allí no va desde hace unos años -, sino para completar un documental sobre la historia de nueve chicas de la selección de baloncesto en silla de ruedas a quienes ayudó, junto con la periodista Paloma del Río, a salir del país cuando llegaron los talibanes. “Haberlas traído quizás es lo mejor que he hecho en mi vida”, declaró.

Sin embargo, haber sido testigo y haber sufrido tanta violencia, inevitablemente, le ha dejado huella. “En zonas de guerra me daba miedo que me volvieran a secuestrar. Aquí, me dan miedo los coches. No tengo coche ni carné, ni quiero tenerlo. Y cuando en un mes me monte en el avión para ir a Afganistán, me va a dar miedo no volver a ver a mi hija”, destacó.

Precisamente fue su hija quien le hizo parar. “Tengo 41 años y los medios siguen pagando basura por cubrir conflictos bélicos. Si voy, tendré que invertir 4.000€ que estaré quitando a mi hija. Si me pagan 35€ por crónica, ¿cuánto tiempo tengo que estar para al menos recuperar esos 4.000€? Estoy cansado de gastar dinero en guerras”, argumentó.

Así pues, se ha dedicado a escribir libros y a seguir haciendo periodismo de denuncia, aunque no en el frente de guerra. Lo último, “Costa Nostra”, una serie de 10 podcasts de Amazon Music sobre los narcotraficantes, mafias y policías que viven y trabajan en la Costa del Sol.