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ESTUDIAR EN TIEMPOS DE COVID-19, por Leire Montañés, Aitana Solé y Carmen Candial

Las alumnas del Centro San Valero relatan su experiencia tras un año de pandemia
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12.03.2021

La pandemia ha sido definitivamente un acontecimiento inesperado y tras casi un año, es inevitable echar la vista atrás y ver lo mucho que han cambiado nuestras vidas en todos los aspectos.
El uso de la mascarilla, el toque de queda, la distancia social, el gel hidroalcohólico… La nueva normalidad nos ha obligado a adaptar nuestros hábitos tanto a jóvenes como adultos, y la vuelta a clase no ha sido una excepción.
Como estudiantes de bachillerato que somos, hemos experimentado en primera persona el difícil e inusual comienzo de curso, siendo los ‘conejillos de indias’ de la semipresencialidad. A lo largo de la primera evaluación, junto con otros cursos, nos vimos obligados a seguir la mitad de nuestras horas lectivas a través de la pantalla de un ordenador. En muchas ocasiones nos hemos sentido frustrados debido a situaciones que no dependían de nosotros, como que se fuera la conexión, que fallara la cámara o altavoces del centro. Además, supuso un trabajo personal de responsabilidad el levantarte y conectarte a las clases, aun sabiendo que no se penalizaría a quien no lo hiciera.
A pesar de todas las dificultades a las que nos vimos expuestos, estuvimos respaldados en todo momento por nuestros profesores, cuyo esfuerzo extra hizo que no nos sintiéramos abandonados. Igualmente queremos resaltar la buena respuesta que tuvo el centro frente a esta complicada situación.
Fuera del ámbito escolar también nos hemos tenido que amoldar. Desde nuestro punto de vista, los adolescentes hemos sido el grupo que ha notado un cambio más drástico en su vida social. La pandemia ha llegado en una etapa en la que quedar con tus amigos, empezar a salir y conocer gente nueva es lo más habitual, sin embargo, no podemos hacerlo con normalidad. Las restricciones vigentes en cada momento han repercutido en nuestros planes y, por consecuencia, en nuestra forma de relacionarnos con el resto.
Dejando a un lado todo lo mencionado anteriormente, de igual manera podemos sacar cosas positivas. La mayoría coincidimos en que la cuarentena era el momento de pausa que necesitábamos: nuestro ritmo de vida nos hacía ir tan acelerados que no nos parábamos ni un segundo a apreciar lo que teníamos, algo tan básico como podía ser salir a la calle.
También fue el momento de volver a conectar con nosotros mismos y con nuestras familias, a las que no les dedicábamos el tiempo que se merecían por saber que siempre iban a estar ahí.
A día de hoy, todos coincidimos en la importancia de valorar las pequeñas cosas que antes dábamos por hecho. Definitivamente esta experiencia nos va a marcar de por vida, pero es nuestra decisión cómo afrontarla actualmente y cómo queremos recordarla en un futuro, ¿cómo un acercamiento interno y familiar o cómo una dependencia de las nuevas tecnologías en las relaciones personales y profesionales? De todas formas, como dijo Bernice Johnson Reago, activista estadounidense: “Los retos de la vida no están ahí para paralizarte, sino para ayudarte a descubrir quién eres”.

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