Cómo el arte puede ayudar a las personas a conocer su identidad
Conocernos mejor a nosotros nos ayuda a conocer mejor al otro y al mundo. También nos ayuda a definir quienes somos como personas creadoras y a encontrar nuestro lenguaje visual único y personal.
El autoconocimiento es un proceso. Es aprender a mirarse. Es ampliar la conciencia de quienes somos. Es cuidarse, cuidar tu cuerpo, tus emociones y tus pensamientos. Es hacerte preguntas que pueden ser difíciles y darte respuestas profundas. Es desvelar el entramado de quién eres. Mirarse puede dar miedo a veces. No podemos hacer trampas. Es revelador y liberador. Conocernos nos lleva a una vida más relajada, más enfocada, más fluída y, sobre todo, a una vida mucho más libre. El autoconocimiento no nos exige perfección, sino todo lo contrario. Nos permite equivocarnos y perdonarnos. Sólo se necesita el deseo de recorrer el camino, iluminar aquello que somos y llegar a la autenticidad.
La fotografía aunque permite la mirada hacia afuera, puede ser la herramienta que facilita el acceso al mundo interior. A través de las imágenes del propio cuerpo, del espacio que se ocupa en la familia, del análisis del propio trabajo fotográfico y de la expresión fotográfica podemos llegar a desvelar, suavemente y como en un juego, preguntas clave como ¿quién soy yo?, ¿qué hago yo en la vida?, ¿Estoy donde quiero estar?.
Podemos trabajar la fotografía para conocernos de múltiples formas:
Cuando hacemos fotos, nuestras imágenes trabajan sobre nuestra mirada y la propia creación. Elegimos qué vemos y qué no, qué queda dentro de nuestro encuadre y qué fuera, hacia donde enfocamos. Tomamos muchas decisiones cuando decidimos mostrar una imagen, lugar, espacio, forma, tipo de cámara, edición, selección, revelado… Y son estas decisiones las que nos definen. El análisis del propio trabajo nos va a permitir descubrir esos espacios ciegos a los que nunca hemos mirado.
A través de la muestra de nuestras imágenes podemos ser conscientes de que éstas ofrecen mucha información personal porque rescatan nuestra forma de pensar y nuestras emociones. Contemplar una imagen propia es contemplarse a uno mismo. Las imágenes son la historia de nuestros cuerpos, de nuestras vidas, de nuestras aficiones, vivencias y proyectos. En este sentido, el autorretrato va a plasmar mis disfraces, mis emociones y mi autenticidad. También puede fraccionarse y construir itinerarios corporales, espacios de secretos y miedos a los que mirar de frente.
El álbum de familia nos permite trabajar la identidad y la pertenencia. La Fotobiografía nos muestra de una manera gráfica el universo social y cultural del que procedemos, los ritos y los mitos en los que participamos.
Hay grandes artistas que han trabajado sobre las formas de conocerse a través de la imagen, no sólo desde un proceso terapéutico, sino desde un proceso de enriquecimiento personal. Nan Goldin, Jo Spence, o Francesca Woodman, son sólo algunos ejemplos. Es aquí donde tiene sentido iniciar un proyecto personal, propio, auténtico, que realmente hable de mí. Pero también se puede realizar un proyecto artístico participativo y social, contando con otras personas que nos permitan clarificar sobre sus personalidades y sobre la sociedad en general, así como la observación activa del sistema social al que todas las personas pertenecemos. Desde este enfoque destacamos el trabajo de la artista y activista Yolanda Domínguez.
El uso de la fotografía puede tener muchos fines: terapéutico, empoderador, contar algo sobre un determinado grupo o comunidad, documental, artístico o de autoconocimiento. En cada uno de estos fines podemos autodescubrirnos, realizar un proyecto fotográfico donde reflexionemos sobre nuestra propia identidad, desarrollar nuestra creatividad, trabajar nuestros miedos, los recuerdos y lo mejor de uno mismo. Como cualquier otra actividad artística nos conecta con las cualidades de nuestro hemisferio derecho: emoción, intuición, capacidad de disfrute, de estar presentes en el aquí y el ahora, conexión con nuestra fuerza vital y capacidad de cambio.
El arte es un lenguaje universal que acompaña al ser humano desde sus orígenes. Responde a la necesidad de dar sentido a lo que les rodea, crear vínculos sociales, imaginar otros mundos posibles y desarrollar nuestra sensibilidad y pensamiento crítico. A día de hoy, a pesar de la existencia de una oferta cultural aparentemente consolidada, el acceso al arte, el disfrute de las prácticas artísticas y la participación de la ciudadanía en las instituciones y políticas culturales es desigual y no está de manera efectiva entre las prioridades de las políticas sociales y educativas. El arte constituye un potente motor de ciudadanía, capaz de reunirnos en torno a un disfrute crítico y de empujarnos a actuar.
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