Las humanidades

El retorno a las humanidades no implica hacer revoluciones. Se trata de otorgar el mismo valor a todas las disciplinas.
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Profesor e investigador en la Universidad San Jorge
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Un nuevo septiembre. Cargados de propósitos y buenos recuerdos estivales, los alumnos vuelven a dar vida a las aulas universitarias. Algunos, los novatos, las pisan por primera vez con la ilusión de formarse para conseguir ese título que les valide para optar a su trabajo soñado. A su lado están los veteranos, que también regresan a sus rutinas deseosos de abrazar a sus compañeros y amigos con los que progresar juntos hacia ese mismo fin: poseer el diploma que les faculte para la vida laboral.

Porque sí, nos guste o no, esta institución milenaria es hoy sinónimo de profesionalización. Al menos, así lo conciben los propios estudiantes cuando se les cuestiona sobre su futuro o las motivaciones que les llevaron a decantarse por una u otra carrera: el trabajo es el común denominador. Lejos quedan ya el crecimiento personal o el aprendizaje humanístico que definieron a la Universidad desde sus orígenes.

Hoy prima la tecnificación, la digitalización, la tecnologización y, en la perspectiva del alumno, el criterio de rentabilidad que se traduce en una sencilla pregunta: «¿Para qué me sirve estudiar esta asignatura?». Un interrogante que resulta cortoplacista porque las humanidades, entre otros fines, persiguen el debate, la reflexión o el pensamiento crítico. Y ello requiere ingentes sumas de tiempo, mesura y hondura.

Las dudas o recelos hacia estas ciencias pueden razonarse desde la posición del educando, pero nunca desde la altura de los encargados que determinan las materias y los planes de estudio. Sea como fuere, parece inverosímil que haya que seguir justificando la pertinencia y conveniencia de impartir humanidades en este mundo tan monetizado, burocratizado y tecnologizado. Renegamos del consumo masivo, la corrupción política o la digitalización de nuestras vidas mientras reconocemos que la mejor receta para paliar estos males se halla en la educación.

No es disparatado entonces afirmar que cualquier estudio universitario debería cimentarse sobre asignaturas de talante humanístico. Instruir a los alumnos a afrontar correctamente su futura profesión es esencial, aunque ilustrarles sobre las vías para conseguir una vida buena, plena y lograda no es menos desdeñable. ¿Por qué no educar en valores y reconectar con la naturaleza? ¿Por qué no conversar con la interioridad y dulcificar el espíritu? ¿Por qué no cultivar la curiosidad, la mirada, el amor, la ternura o la fraternidad? Estos son los caminos. Sin adoctrinamientos, pero proponiendo modelos y referentes. Enseñando a pensar y decidir desde uno mismo. Aprendiendo del error y del fracaso.

El retorno a las humanidades no implica hacer revoluciones. Se trata de otorgar el mismo valor a todas las disciplinas. Es más, esta sencilla evolución no debería aplicarse solo a la Universidad, pues tendría que ser santo y seña de cualquier estrato formativo. E iniciativas no faltan. Para cerciorarse del significado de ideal educativo, basta con visualizar Solo es el principio (Pierre Barougier y Jean-Pierre Pozzi, 2010): un conmovedor y revelador documental que nos sumerge en las dinámicas de una guardería francesa. En un ambiente de marcada multiculturalidad y con el humor, la espontaneidad o la inocencia de los niños, el espectador descubre que la edad no es importante a la hora de abordar asuntos trascendentales para el ser humano. Quizás no hayan aprendido a anudar sus zapatos, pero estos chiquillos que no superan los cuatro años de vida están ya acostumbrados a versar sobre el amor, la muerte, el liderazgo, la inteligencia, la diferencia, la amistad, el miedo o la familia. Todo un ejemplo.

Pero volvamos a la Universidad y pronostiquemos su deriva. Si hacemos caso de los expertos, esos mismos párvulos del documental se toparán con una nueva Academia. Ante tanto progreso tecnológico, los especialistas consideran que todavía es pronto para conocer cuáles serán los títulos universitarios que darán respuesta a las demandas laborales del mañana. Razón no les falta: hoy se enseña a gestionar redes sociales o cómo convertirse en influencer, trabajos impensables hace solo dos décadas. Si esta es la norma en la época de lo líquido, solidifiquemos aquello que remueve el pasado para afrontar el futuro: las humanidades.