Treinta días trae septiembre …

La historia de la duración de los meses
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Presidente Real Academia Ciencias de Zaragoza
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“Treinta días trae septiembre, con abril, junio y noviembre. Los demás con treinta y uno, menos febrero el loco que solo tiene ventiocho”. Así rezaba una canción infantil que repetíamos en la escuela con objeto de recordar el número de días que tenían los diferentes meses del año. Recuerdo que había otro truco con tal fin, y consistía en recitar los meses del año al mismo tiempo que se señalaban los picos y valles formados por los nudillos en un puño cerrado, de modo que los nudillos eran los meses más largos y la hondonada entre nudillos los de treinta días. Pero como hay cuatro nudillos en el puño, había que repetir el proceso tras llegar a julio, con lo que agosto tiene también treinta y un días. Es de esperar que la duración de los meses no tuviese nada que ver con este capricho de nuestra mano, sino al contario, que el que los nudillos representen bien la duración de los meses sea mera casualidad.

El calendario que empleamos tiene sus orígenes en Roma y de hecho la palabra procede del latín calendarium, y este de kalendae-kalendarum, que era como designaban los romanos a los primeros días del mes. Hay una expresión curiosa “calendas griegas” que significa “nunca”, pues los griegos no usaban esta terminología. También designaban con la palabra “idus” la mitad del mes, que era el 15 de marzo, mayo, julio y octubre y el 13 de los meses restantes, y las “nonas”, 8 días antes de los idus. De este modo, hablaban de ante- calendas, idus o nonas para designar un día del mes. Pero todavía no hemos dicho nada sobre la duración de los meses.

La unidad natural de tiempo ha sido históricamente el día, es decir, el intervalo transcurrido entre la posición más elevada del Sol sobre el horizonte (mediodía) y el consecutivo mediodía. Esto está motivado por la rotación de la Tierra en torno a su eje. Pero hay otro fenómeno periódico, es decir que se repite, cual es el comienzo de la primavera, en que los días y las noches en todos lugares de la Tierra duran lo mismo. El tiempo transcurrido entre dos comienzos de primavera consecutivos, es el año. A la Naturaleza le gustan los movimientos periódicos, así también encontramos que la Luna presenta la misma fase aproximadamente cada 28 días, lo que da lugar origen al mes que es lo que dura una lunación. Pero el calendario que empleamos nosotros, a diferencia de los judío o musulmán, están basados en el movimiento del Sol. Si el año durase un número entero de días, por ejemplo, 365, bastaría tomar 7 meses de 30 días y 5 de 31 para cubrir los 365 días del año, con lo que tendríamos ya una génesis de la distinta duración de los meses.

Pero la cuestión es un poco más complicada, pues resulta que el año tiene una duración de 365.2422 días, por lo que con la distribución anterior se nos escapa casi un cuarto de día, o dicho de otro modo, perdemos 1 día cada cuatro años. Esta duración del año ya era conocida por los romanos, e introdujeron la corrección oportuna, como veremos.

En Roma el año comenzaba en marzo, y la vida política, económica y militar se planificaba para comenzar a partir de esa fecha. Algunos meses se designaron con nombres de dioses, para conseguir sus favores. Así martius-martii, aprilis-aprilis, maius-maii, junius-junii, y a continuación venían los meses con su ordinal: quintilis, sextilis, september, october, november, december y dos meses más dedicados a dioses, januarius-januarii y februarius-februarii. La duración de los meses era alternativa de 31 y 30 días. Febrero era el último, y se le asignó una duración de 29 días, con lo que el año así distribuido tenía 365 días. Quedaba pendiente corregir el día que faltaba cada cuatro años. Los sacerdotes eran encargados de añadir ese día, pero se creó un caos, pues lo hacían caprichosamente e incluso por ganarse el favor de los ciudadanos o autoridades añadían días con cierta alegría.

Julio César puso orden en este asunto, de modo que fijó que el día extra que había que introducir se hiciera cada cuatro años, precisamente en el día sexto ante calendas martias, y ese día extra pasaba a llamarse bi-dies sextus ante calendas martias, es decir, ese día de febrero se contaba dos veces. De este modo, cada cuatro años había un año bisiesto.

A la muerte de César, el Senado cambió de nombre al primer mes que quedaba con numeración, quintilis, que pasó a llamarse Julius, con 31 días. Pero claro, Augusto, emperador y además autoproclamado dios, también quiso que un mes llevase su nombre; el siguiente era sextilis, de 30 días, algo inaceptable dada su condición, por lo que sextilis pasó a llamarse augustus y a tener 31 días y, lógicamente, hubo que reasignar la duración de los meses para que su suma fuese de 365. Con esto, septiembre y noviembre pasaban a tener 30 días, octubre, diciembre y enero 31, con lo que sobraba un día, que se le quitó a febrero, pues ya tenía menos que los demás.

A grandes rasgos, esta es la historia de la duración de los meses. Todavía se hizo otra reforma que no afecta a esta duración, sino a cuando se asigna un año bisiesto, pero esta es otra historia.