Yo me quito la mascarilla

Que por ley nos obliguen todos los años a permanecer un par de semanas confinados
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Director Avante Medios en Aragón Cataluña y Castilla y León
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Mi mundo ha estado rodeado de pantallas. Eso sí, con la mascarilla puesta. No paraban de llegar mensajes al móvil. El mismo vídeo recibido decenas de veces pretendiendo ser más viral que el virus que nos atenazaba.

Todos noqueados ante una situación nueva. Unos dejaron de salir al recreo y otras a tomar café al lado de la oficina. Zoom, Teams, Housparty, Telegram, Meet entraron a formar parte de la familia. Muchas aplicaciones para pocos dispositivos y muchas webinars para pocos ‘alumnos’. Les recuerdo que hay más escritores que lectores y el conferenciante también fue perdiendo usuarios en el largo camino del confinamiento.

Twitter, Facebook, Instagram, Tik Tok nos robaban el tiempo. Muchas redes sociales y pocas ideas nuevas.

La noche era la que reunía a todos. Me quito el sombrero de poeta. La mentira tiene patas cortas. No era la noche. Netflix, Amazon Prime Vídeo, HBO escupían serie tras serie.  ‘This is us’, ‘Sucesor designado’, ‘Jack Ryan’, ‘El último baile’, ‘Locke & Key’, ‘La niebla’… Por sus series los conoceréis. Ellas susurraban y todos correteaban por pasillos hasta llegar a ellas.

Me consta que Jeff Bezos se ha alicatado un baño gracias a la familia Ramos y no, no hablaré del excesivo tiempo dedicado a los videojuegos porque me saldrá una vena que no quiero que descubran.

Seguimos sin mirarnos a los ojos

Aumentos de internet del 40%, cinco horas y media al día de televisión, videollamadas creciendo hasta un 1000%, las descargas de juegos aumentando un 50% (lo escuché en una webinar) y Amazon con un 32% más de visitas han conseguido que sigamos sin mirarnos a los ojos. No sería justo olvidar a todos aquellos que desempolvaron el Parchís, el Catán, el Cluedo o el Monopoly. Y todos, esperando para hacer algo a la vez -como la canción de Mecano-. Que fuesen las ocho y salir a nuestro reconocimiento diario a los sanitarios que no dejaban de cumplir con su trabajo. Al igual que las webinars, hubo un momento que los seguidores también fueron cayendo y precisamente no por el balcón.

Lo presencial perdió ampliamente la lucha ante lo virtual. Pero sí, nos encantaba escuchar el ‘Resistiré’ mientras nos ordenaban quedarnos en casa con su hashtag pertinente.

La saturación de noticias en informativos y tertulias sobre la pandemia nos alejó del consumo de los muchos medios a nuestro alcance. Muertes, contagiados, curvas e ingresos ‘tuvo su gracia’ – que no tuvo ninguna- al principio. Unos tratando de tapar la falta de previsión y la improvisación y otros denunciando en redes un gran cúmulo de errores y ocurrencias sabatinas. El pánico se apoderó de nuestros mayores siendo sus nietos sustituidos por un nuevo miembro en la familia llamado miedo.

Estoy de acuerdo con nuestro despensero Pepe Boza cuando señala que el relato de nuestro Gobierno parecía un mensaje publicitario dirigido a lo emocional con el objetivo de sensibilizar sin ningún tipo de reflexión. Palabrería en vez de palabra. Sesgo en lugar de objetividad. Emociones en vez de razones. Todos ellos, rasgos muy característicos del ambiente digital. Y en medio, Fernando Simón.

El fenómeno de la infoxicación

Mis alumnos de Espíritu Crítico de ESIC han podido comprobar el fenómeno de la infoxicación. Una sobreinformación invadida de falsedades que les ha permitido analizar, entender, discernir y evaluar las noticias que nos llegaban y las fuentes de las que procedían, muchas de ellas de dudosa procedencia y con datos contradictorios. En definitiva, reflexionar.

Pero, desgraciadamente, no todo el mundo, siendo supuestamente la generación mejor informada de la historia, ha puesto en duda los casi dos millones de enlaces con información falsa que se han vomitado sobre el Covid-19. Ambigüedades, bulos y testimonios de personas que, por un día, se vestían de expertos han teñido la información de un ‘no se sabe qué’ a cualquier hora.

Los medios han estado a la altura. Mucho trabajo y pocos ingresos. Informando a ciegos y sordos. Pero, todos ellos, con ansiedad de saber. Conocer la verdad que, en muchos casos, está cargada de intencionalidad.

Aseveró Simon -no Fernando- sino el Nobel Herbert Simon que una riqueza en información crea una pobreza de atención.

Me quito la mascarilla y alzo la voz en nombre de muchos que piensan como yo. Pido, para que aprendamos a mejorar en atención, que por ley nos obliguen todos los años a permanecer un par de semanas confinados, haciendo familia, conviviendo con una mejor relación con pantallas, mirándonos más a los ojos y escuchando mucho más a nuestros quereres.