CURSOS PARA MAYORES

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Estoy asistiendo como alumno, y paso de los setenta, a un curso para “seniors” que organiza la Universidad San Jorge. Me admira la puntualidad y la infalible asistencia de ese grupo de 70 hombres y mujeres que componemos el grupo; gentes curtidas por la vida, por sus carreras profesionales, por su larga experiencia en el aprendizaje. Sin embargo, ahí están deseosas de aprender, de mejorar o profundizar en conocimientos, de relacionarse con personas, de abrir debates, de practicar la mayéutica socrática, de sentirse de nuevo, o por primera vez, como jóvenes universitarios.

Me consta que existe una fuerte demanda de este tipo de estudios por parte de una población mayor, “senior”, como nos llaman, que dispone hoy de tiempo libre para mejorar su calidad intelectual de vida alejándose de las interminables tardes de partidas de cartas – tampoco está mal un buen “mus” una vez al mes – o de los degradantes y manipuladores espectáculos que nos brindan las televisiones basura. Aprovechar ese tiempo libre dedicándose a aprender es una de las más hermosas formas de realizar una vida en plenitud. Y para aprender siempre hay tiempo, y siempre es tiempo para aprender. Estos cursos fomentan también la interacción entre personas, animan a la lectura y hacen que alguno recupere una confianza en sí mismo que quizá había perdido.

Afortunadamente esta demanda se va cubriendo con la oferta cada vez más numerosa de cursos y estudios para mayores. Varios organismos e instituciones los ofrecen y habría que animar a que otras más lo hicieran. Aunque sea preciso puntualizar aquí la responsabilidad exigible a quienes pongan estos cursos a disposición de este alumnado al que no se puede dar gato por liebre: la competencia y preparación del profesorado, la seriedad en la elaboración y desarrollo de los programas, la puntualidad y el respeto a los alumnos deben ser las columnas vertebrales que soporten esta clase de enseñanzas que tan ansiadamente piden nuestros mayores.

Creo que la Universidad San Jorge ha acertado de pleno con la iniciativa de este curso, diseñado para tres años, y que incluye la realización de talleres, visitas culturales y algún viaje. Revestir estos estudios con el marchamo “universitario” añade un valor indudable, tanto para la propia Universidad que se debe obligar a la excelencia, como para el realce de la autoestima de quienes asisten ilusionados a las fuentes del saber y el conocimiento.

Sé que la Universidad prepara ya nuevas ediciones a la vista del éxito obtenido en esta primera convocatoria y que está también analizando el desarrollo de este primer intento con un innegable afán de mejora.

Y pienso, por último, que esta proyección de la Universidad hacia la sociedad es muy importante por lo que tiene de implicación de la institución en la trama del conjunto de la vida social. A fin de cuentas, de ella procede y a ella se debe.