La enseñanza de un cínico

¿Quién podrá librarme de estos males? De los males digo, no de la vida
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Profesora de la Universidad San Jorge
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Un cínico fue —el primero de ellos, iniciador de aquella secta griega— Antístenes, discípulo de Sócrates, nacido en Atenas hacia el año 450 antes de Cristo. Antístenes imitó la serenidad de ánimo de su maestro Sócrates y gracias a él se inició en la filosofía, dejando atrás la retórica, en la que anduvo tras los pasos de Gorgias. Antístenes, que llegó a polemizar con Platón, emprendió su quehacer filosófico en el gimnasio denominado Cinosarges, palabra derivada de “perro”, que viene a significar algo como el mausoleo del perro, y de ahí la relación de los cínicos con canes y animales, en general, de los que tomaban ejemplos para explicar su visión de la vida… Pero no es de estas cuestiones de las que se quiere dar cuenta aquí, sino de un acontecimiento vivido por Antístenes cuando una enfermedad que le causaba mucho dolor estaba a punto de poner fin a sus días.

Ante su lecho se presentó uno de sus discípulos, Diógenes de Sínope, quien daría al cinismo su marchamo definitivo, sobre todo en lo que al modo externo de vida se refiere, pues vivía de manera provocativa e interpelante. Se hallaba Antístenes enfermo y abrumado por los dolores que la enfermedad le provocaba cuando Diógenes llegó hasta él y le preguntó si en aquellas circunstancias necesitaba de los favores de un amigo; sabía que su maestro, agobiado por el dolor que padecía, no cesaba de repetir: “¿Quién podrá librarme de estos males?”. Diógenes se plantó ante Antístenes con un puñal, y cuando el enfermo volvió a lamentarse le mostró el arma sugiriéndole que estaba dispuesto a prestarle los favores de un amigo hundiendo aquel puñal en el espacio intercostal más próximo al corazón.

Comprendiendo sus intenciones, Antístenes le respondió, no sin afectación y con bastante enfado: “De los males, digo, no de la vida”. Faltó que añadiera algo así como: “imbécil”, porque se percató con rabia de que su discípulo no había entendido el fondo de sus quejas ni lo que verdaderamente pedía a quienes tenía por amigos. Era claro que Antístenes clamaba para que terminaran aquellos dolores y suplicaba que alguien le proporcionase un remedio para ellos, pero ni se le pasó por la cabeza pedir que acabaran con su vida, y mucho menos a una persona cercana con quien compartía la tarea de pensar y una relación estrecha y dilatada en el tiempo.

No quería morir Antístenes, y seguramente habría agradecido entonces unos buenos “cuidados paliativos” o atenciones que abordan todas las dimensiones vitales de los pacientes, tanto las orgánicas como las psíquicas y espirituales, y entre cuya misión está la de controlar los dolores que causa la enfermedad hasta hacerlos desaparecer, pero también procurar que el enfermo tenga el arropamiento de quienes le atienden y el calor de sus personas queridas. Como “cuidado activo total de pacientes cuya enfermedad no responde al tratamiento” define la OMS los cuidados paliativos, de los que destaca además que “es fundamental el control del dolor y otros síntomas, así como de los problemas psicológicos, sociales y espirituales”.

¿Adoptaría Diógenes tales formas ante su maestro por su vida cínica, que le llevó a vivir en la calle como los perros? Su actitud al mostrar aquel puñal, ¿respondía a sus extremosidades o a una convicción de que así es como tiene que comportarse un amigo en parecidas circunstancias? Antístenes distinguía en el género humano entre sabios e insensatos, y se acogía a los primeros, aun sabiendo que son minoría. Pero un filósofo no puede dejar de plantear que la llamada ética parte del interior de todos los seres humanos, sean necios o sabios, ni que se expresa reconociendo en el semejante a una persona con igual dignidad y, por lo tanto, con el mismo eminente valor.

Sabía Antístenes que la virtud no es cosa de unos pocos, sino exigencia de todos, especialmente cuando toca plantear asuntos serios. Hoy se nos presenta una cuestión de inmensa seriedad a los ciudadanos españoles: una legislación que afecta a las vidas de todos porque quiere imponer la eutanasia. Pero el sabio cínico nos enseña que nadie pediría el puñal de Diógenes si hubiese el número suficiente de equipos de atención en cuidados paliativos para atender a los ciudadanos que los reclamasen desde todos y cada uno de los rincones de España. Pues, como expresó Antístenes a Diógenes: “De los males, digo, no de la vida”.