Nuevos sacerdotes

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Hace unos meses recibía un homenaje José María, un cura que supera los 70 años que atiende a más de 20 pueblos del Somontano y del Sobrarbe. Decía que no esperaba ningún reconocimiento pero se mostraba satisfecho de que “en los tiempos en que vivimos se reconozca la labor del sacerdote”. Recordaba la realidad en que se mueven la mayoría de los curas de pueblo: muchas veces, en esas localidades pequeñas “somos los únicos que estamos viviendo, presentes cuando las circunstancias lo requieren o con los vecinos para que no se sientan tan solos”. Eso por no hablar de la importante tarea en la conservación del patrimonio artístico, en iglesias y ermitas.

En la diócesis de Teruel y Albarracín cuarenta parroquias, del total de 262, no tienen misa semanal en invierno por falta de feligreses. Representan el 15% del total. Es el retrato de nuestro Aragón rural en las tres provincias. Es la consecuencia de la despoblación que hace crecer este desierto humano y la sensación de soledad en los que quedan en localidades envejecidas. Los pocos feligreses se desplazan en ocasiones a municipios cercanos, aunque los sacerdotes acuden siempre que son necesarios, ya sea para fiestas o para funerales.

Por eso las ordenaciones de sacerdotes y diáconos que ha habido recientemente en varias diócesis aragonesas son un motivo de esperanza, para las personas y para la comunidad. En la Basílica del Pilar fueron siete los nuevos sacerdotes que recibieron la ordenación, que se agregan a los 306 que trabajan en toda la archidiócesis de Zaragoza. La ceremonia de ordenación sacerdotal, con sus ritos, sus cantos y todos los gestos y palabras es una lección de la intensa espiritualidad transmitida por la tradición de la Iglesia. Estos nuevos sacerdotes son una esperanza para el servicio de las parroquias rurales y urbanas. Para los creyentes son, sobre todo, un signo de que Dios sigue moviendo los corazones de personas jóvenes y menos jóvenes.

Uno de estos nuevos sacerdotes, Pedro Sauras, celebraba al día siguiente su primera misa en Calanda, su pueblo. Una jornada gozosa para todos los que le acompañamos: su parroquia, sus amigos y amigas de la infancia, para sus familiares y para todos sus paisanos. En estos tiempos complejos, donde la mirada se fija muchas veces más en lo negativo que en lo positivo, bueno es hacernos eco de aquello que aporta esperanza.