Educación en la prevención de adicciones

Se dan por normales demasiadas cosas que no deberían serlo junto a una baja percepción sobre los riesgos asociados a esos consumos, especialmente al alcohol
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Miembro de la Dirección de la Fundación Centro de Solidaridad de Zaragoza
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La vocación preventiva ante las problemáticas causadas por el consumo de drogas ha estado presente en la Fundación Centro de Solidaridad de Zaragoza-Proyecto Hombre desde su creación en 1985. A partir de 1996 esa vocación se estructuró en el llamado Plan de Prevención que articulaba diferentes programas y propuestas de intervención educativa y formativa, dirigida a los considerados agentes naturales de prevención de niños y adolescentes que no son otros que sus padres junto a maestros (bonita palabra que cada vez se empela menos), profesores y educadores. Y es que, sin dejar de lado otras estrategias preventivas, consideramos que, como decía una antigua campaña de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción, “la educación lo es todo”.

Las drogas han desaparecido completamente del conjunto de preocupaciones de la sociedad española según los últimos barómetros del CIS y sin embargo, paradójicamente, los centros de tratamiento para las adicciones presentan un incremento en el número de atenciones año tras año. Personas que, sin tener la apariencia del “yonqui”, en la mayoría de los casos presentan todo un cúmulo de problemáticas similares a aquellas que tanto se dramatizaban décadas atrás: trastornos adictivos y comportamentales, problemáticas familiares y sociales, académicas, laborales y legales.

¿Qué condiciona la percepción de la opinión pública? La normalización de muchos consumos en ambientes naturales para ciertos sectores de población (no para todos) y que, a corto y medio plazo, en la mayor parte de las situaciones, los síntomas no son tan aparentes como los ocasionados por la heroína. Y lo que no se ve no molesta. Por eso origina tanto debate el “botellón”; porque molesta y origina críticas más que preocupaciones. Pero a la hora de actuar ante este fenómeno nos debería preocupar algo más que los comportamientos incívicos o las ilegalidades que provoca, y que no ponen de acuerdo a grupos municipales, vecinos, sociólogos “apóstoles de la adolescencia”, educadores y padres. Se dan por normales demasiadas cosas que no deberían serlo para acabar resignándonos con frases como “quien no lo hace” o “a esas edades es lo normal” junto a una baja percepción sobre los riesgos asociados a esos consumos, especialmente al alcohol. Hasta que suceden hechos tan lamentables como la muerte de una menor recientemente. Y entonces sí, el problema son las drogas.

A la hora de prevenir estamos volviendo, cual péndulo, a centrar la solución a las problemáticas de las drogas en general y del alcohol en particular, en las primeras estrategias preventivas que se pusieron en marcha hace décadas: normas e información. Y estas son necesarias, pero no suficientes. A lo mejor hablar de drogas o del botellón (y se habla demasiado) implica no hablar de otras cosas que se deberían intentar mejorar. De nada nos servirán las normativas o las prohibiciones o conocer ampliamente los efectos de las sustancias si un potencial consumidor de las mismas no tiene recursos, actitudes y hábitos interiorizados de respeto, responsabilidad, convivencia y salud. Y esto se consigue educando. El incremento del uso de alcohol y otras sustancias, especialmente en edades cada vez más jóvenes, es el síntoma de una sociedad que cambia a una velocidad vertiginosa y que todavía, a pesar de los años transcurridos, no se ha adaptado a la transformación de los factores de socialización ni ha transformado los lugares en los que la sociedad dice buscar educación y orientación para las prioridades de las personas y sus valores.
Pero ¿en qué valores? ¿Respeto, salud, autoridad, confianza, responsabilidad, disciplina, amistad, solidaridad, tolerancia…? ¿el valor del amor o el de la libertad? ..... valores finalistas claros, pero sin valores instrumentales como esfuerzo, compromiso, constancia que chirrían en una sociedad de la inmediatez y que no se lo pone fácil a padres y educadores que conviven con competidores que dificultan su función educativa y formadora con mensajes mucho más atractivos y acordes con los estilos de vida imperante, que los padres también compartimos, deseamos y disfrutamos. Las redes sociales, la publicidad, terminan convirtiéndose en la síntesis de lo que podrían ser las bienaventuranzas de una religión virtual a la que todos nos subimos.

Muchas campañas publicitarias se basan en el ¿quieres? puedes. En el caso de las drogas, todos sabemos que, desde que se convirtieron en una mercancía, algo que se puede comprar con facilidad, cualquier persona que quiera puede consumirlas. Pero, ¿todo el mundo puede o debe hacerlo cuando quiera? Tendríamos que ser capaces de cambiar los signos de interrogación. Quero ¿Puedo? Ser capaces de hacerse esta pregunta y responderla debe de ser el fin de toda educación preventiva que debe de combinar dos componentes esenciales: las habilidades para la vida y una mejora en las relaciones sociales y familiares.

Si seguimos creyendo que familia y escuela son los agentes naturales de educación deberemos dotar a ambas instituciones de los recursos, ayudas y técnicas necesarias. Alas familias de respuestas a sus necesidades, dudas y preguntas. A la escuela de los profesionales necesarios con actitudes y aptitudes más allá de las que pide una oposición o una selección de personal, donde nunca aparece el medidor de los valores del licenciado (por supuesto bilingüe) aspirante a una plaza docente.

Por cierto, en algunos colegios no es raro encontrar a progenitores compartiendo unas cervezas mientras esperan que sus hijos finalicen las actividades extraescolares, algo que está prohibido (venta y consumo) por ser un espacio educativo y de práctica deportiva. Poco favor hacemos al valor de la coherencia y a lo que luego exigimos a los más jóvenes.