UNA AVENTURA CON SABOR A DORITOS

Las prácticas Erasmus: una experiencia transformadora

Profesora y responsable de Erasmus en CPA Salduie
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Para muchos, Erasmus es sinónimo de oportunidad, aprendizaje y experiencia. Para mí es una aventura que dura todo el curso y también es una bolsa de Doritos.

Erasmus en CPA se materializa de dos maneras: por un lado, en movilidades de personal que quieren ampliar su formación y asisten a eventos por toda Europa con el objetivo de traer al aula procesos innovadores y nuevas maneras de hacer y, por otro lado, en movilidades de estudiantes que desean realizar sus prácticas obligatorias en el extranjero. En realidad se centra sobre todo en los estudiantes y lo cierto es que va mucho más allá de una simple movilidad de prácticas que permite a nuestros estudiantes obtener su título. Es entrar de lleno en el terreno profesional de lo que han estudiado, es sumergirse en una cultura desconocida, es desarrollar su capacidad comunicativa (esto lo escribe la profe de inglés que llevo dentro), es establecer conexiones personales nuevas y es, sobre todo, crecimiento personal. Aunque esto último, he de confesar, va en dos direcciones.

Desde el momento en que les contamos a nuestros estudiantes que existe la oportunidad de hacer sus prácticas en el extranjero, sabes que hay unos cuantos de ellos que van a salir de la niebla gracias a este faro que les ofrecemos. Una niebla que tiene múltiples formas, desde las ganas de salir y explorar el mundo hasta la necesidad real de tener que salir y encontrarse de nuevo. Eso sí, también sabes que te arriesgas a que te pregunten si yendo a Madrid tienen beca o si el seguro les cubre si cruzan en rojo un semáforo un sábado por la tarde. Pero creces con cada pregunta, porque te das cuenta que tienes que explicarte mejor, tienes que dar más; para ellos no es sólo salir de casa y de su zona de confort, es lanzarse a la aventura más emocionante hasta la fecha y necesitan seguridad.

Por eso en mi papel como responsable de las prácticas Erasmus, mi trabajo va más allá de la gestión logística y administrativa, es una labor de compromiso feroz que me desvela conforme se va acercando el mes de marzo y sigo teniendo estudiantes a los que aún tengo que asignarles una empresa. Es una responsabilidad muy gratificante cuando las cosas salen bien y agotadora y cruel cuando no salen. Significa acercarse a los estudiantes a un nivel diferente a cuando les das clase y al mismo tiempo que se confiesan vulnerables y te desvelan sus inseguridades, te estás despidiendo de ellos. En realidad lo estás haciendo desde el momento que entregan el currículo en inglés en octubre y les tienes que explicar que, por muy interesantes que salgan en la foto, la tienen que quitar y tu explicación no les convence. Y no la quitan, ever.

Y normalmente son ellos los que se van, los que se despiden y se aventuran en su destino de prácticas dejándome siempre con el pensamiento de tener que haberlo intentado yo misma cuando estudiaba. “¡Qué valientes!” me digo. Y muchos de mis estudiantes también lo piensan pero no me lo dicen, sólo lo confiesan cuando vuelven y me cuentan lo mucho que han aprendido y disfrutado.

Pero hubo un año en el que tuve que despedirme yo: marzo del 2020, pandemia, prácticas cerradas para unos 20 estudiantes, a dos semanas de comenzar en su empresa y pasó lo que pasó. Tener que decirles que no se podían ir, que no era seguro, que se quedaban sin viajar, sin aprender, sin crecer, sin lo que habían ansiado desde hacía 6 meses… fue muy difícil. Recuerdo salir ese día del cole y encontrarme con dos de ellos y no saber qué más decirles, un “hasta luego” y a casa. Pero me pararon y quisieron hablar conmigo fuera del formalismo de ser la persona que les buscaba empresa y, claro, pasó lo que también tenía que pasar… me emocioné, sentí que les había fallado y que negándoles el poder irse les daba un final en CPA muy amargo.

Sin embargo, entre responsabilidades y emociones yo también aprendí que curso tras curso les animaría a seguir con la búsqueda cuando estaban a puntito de tirar la toalla, que les informaría al minuto de lo que me habían dicho las empresas y que me implicaría en que encontraran el mejor sitio de prácticas posible más allá de que fuera mi responsabilidad. Y también aprendí que no sólo yo conozco mejor a los estudiantes, sino que ellos también me acaban calando y haciendo sentir vulnerable. Por eso cuando aquellos estudiantes del 2020 llamaron a la puerta y entraron con una bolsa de Doritos para agradecerme esos meses, supe que me encantaba esto del Erasmus.

Fuera bromas, aquel gesto espontáneo me recuerda que, más allá de las gestiones y preocupaciones que genera Erasmus, lo más valioso es la conexión humana que se llega a hacer con los estudiantes, el apoyo mutuo que surge del proceso. En los momentos más complicados, conseguimos salir adelante juntos, remando en la misma dirección, hacia el mismo faro, compartiendo el viaje antes del viaje.

Para aquellos que estén pensando si participar o no, tengo dos consejos: que el nivel de inglés no sea un impedimento y que el miedo a no saber decida por vosotros; será un reto más o menos desafiante pero desde luego será una experiencia que os cambiará la vida, igual que esa bolsa de Doritos cambió la mía.