Alta velocidad versus slow driving

Hacemos más cosas, tenemos menos tiempo
stress-391654_1920.jpg

Levantarse temprano, arreglarse deprisa, atender a la familia y hacer gestiones personales de forma cronometrada, trabajar intentando que cunda el doble, siempre mirando el reloj, antes en la muñeca, ahora en el móvil. Ese móvil cada vez más inteligente, que hasta nos ofrece asistentes personales, para intentar ahorrarnos escribir búsquedas, memorizar datos, recordar agendas…

El mundo avanza con prisa, con el afán de que podamos hacer más cosas en menos tiempo, en cualquier lugar y a cualquier hora. Nuestra lista de tareas diarias es cada vez más larga, y seguramente el triple de lo que podía ser la de nuestros padres o nuestros abuelos. Tenemos más cosas, hacemos más cosas, tenemos menos tiempo. Pero no es verdad, tenemos el mismo tiempo exprimido al triple de velocidad.

La alta velocidad se ha instalado en nuestras vidas y la hemos asumido sin dedicarle mucho tiempo a la reflexión. Hasta que algún día, al final de la jornada, las pulsaciones aceleradas nos asustan y entonces reflexionamos: tendría que organizarme mejor.

Las estadísticas dicen que en España alargamos demasiado la jornada, mientras en otros países se acorta y se optimiza. Tal vez este dato contradiga la teoría de la alta velocidad de nuestras vidas, o tal vez indique que somos más intensos, nuestro carácter latino hace que no queramos perdernos nada. Queremos ser competitivos, queremos disfrutar del ocio, hacer actividades extraescolares, extralaborales, extrafamiliares. Vivimos con la extraña contradicción de que hay tiempo para todo y para nada.

Y también con la sensación cada vez más extendida de que la vida pasa muy deprisa, y no sólo cuando se cumple determinada edad, sino en general, los meses, los trimestres, los cursos, los años pasan a velocidad supersónica. Lo pensamos cada fin de año al tomar las uvas, y del último año nuevo hace ya mes y medio y parece que fue hace una semana.

Sólo hay dos cosas que parecen devolver todos los minutos a la horas, y todas las horas a los días. Los domingos y las vacaciones. En esos momentos en los que decidimos funcionar sin agenda programada, el tiempo pasa suave y lentamente y nos provoca una extraña y grata sensación. Y además descubrimos que incluso nos da tiempo de hacer muchas más cosas, sin agobio.

Dejar para mañana lo que puedes hacer hoy, en inglés se llama procastination, pero si no abusamos de esta opción, tampoco tiene porqué jugar siempre en nuestra contra. Está demostrado que empeñarse en meter muchas horas para terminar una tarea que se nos ha atascado, es lo menos operativo del mundo. Si paras, desconectadas, cambias de actividad, despejas la mente, cuando retomamos todo fluye mucho mejor.

Muchas veces soñamos con que exista un botón de parar el mundo, para que nosotros podamos tomar un respiro, tomar un poco de ventaja, y luego volvemos a poner en marcha la maquinaria. El botón de parar el mundo no existe, pero la posibilidad de dar un respiro a nuestro cerebro y a nuestras pulsaciones cardiacas sí. El truco es que en nuestras agendas incluyamos momentos respiro, para un café, para un paseo, para un momento de mente en blanco. Si la tecnología nos va a ayudar a ganar tiempo, disfrutemos por unos minutos de ser analógicos y humanos. ¿Qué tal un poquito de slow driving para pilotar nuestras propias vidas? Dicho en castellano: felices desconexiones.