El ajedrez y la educación

La práctica del ajedrez proporciona al estudiante beneficios indudables
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Profesor de Centro San Valero
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Durante años, el ajedrez ha estado asociado a la palabra «extraescolares», de modo que por un lado teníamos el conjunto de asignaturas regladas, clásicas, como puedan ser las Matemáticas, la Lengua o la Geografía, y por otro lado teníamos las actividades extraescolares, entre las que se podían encontrar opciones tan variopintas como guitarra eléctrica, kárate o esperanto. Es más, no faltaban quienes mantenían la tesis de que cuanto más separados permaneciesen esos dos conjuntos de actividades, mejor.

Por lo que al ajedrez se refiere, la tendencia se ha invertido: cada vez somos más numerosos los docentes que vemos el tablero de ajedrez como un elemento perfectamente compatible con la actividad diaria en el aula. En ese contexto, podemos afirmar que la práctica del ajedrez proporciona al estudiante beneficios indudables, y si alguien quiere ejemplos, ahí van unos cuantos.

1.- Análisis y toma de decisiones

Cada posición que se da en el tablero obliga al ajedrecista a analizar qué factores tiene a favor y qué factores tiene en contra, para luego evaluar opciones y finalmente decidirse por una, dejando las otras en el limbo de los sucesos que podrían haber sido y nunca serán. La vida misma. No en vano tiene Kaspárov un libro titulado «De cómo la vida imita al ajedrez». Enfocando esto mismo desde otra perspectiva, quien juega al ajedrez comprende muy pronto que “se deben colocar bien las piezas durante la apertura para no ir asfixiado en el medio juego”. A esa persona no hace falta insistirle en la idea de que “debe colocar bien sus piezas durante la ESO para no ir asfixiado en Bachillerato”.

2.- Memoria

Memorizar sistemas de apertura o memorizar las secuencias de movimientos que llevan al jaque mate en función de las piezas disponibles (cómo se ejecuta un mate con dama y rey o cómo se efectúa con torre y rey, cuándo y cómo puede rematarse una partida en la que tienes un alfil y un peón, cómo se debe actuar en un final de peones…) es un entrenamiento excelente para la memoria. Al alumno que ha pasado por dicho entrenamiento le pides que memorice diez fórmulas para un examen de Estadística y le parece tan fácil como contar hasta cuatro. Además, por la misma esencia espacial del ajedrez, su práctica facilita enormemente tanto la memorización de piezas, planos y elementos geométricos como la memorización de mapas, diagramas, gráficas o representaciones moleculares.

3.- Reflexión y autocrítica

A veces toca perder. En ajedrez es especialmente doloroso porque no se le puede echar la culpa ni al árbitro ni a la mala suerte ni a la lluvia; aquí, hay que dejarse las excusas colgadas en el perchero antes de salir de casa. No hay pretexto que valga. Quien pierde, sabe perfectamente la razón: ha hecho algo mal.

Reflexionar qué ha sido lo que ha hecho mal, interiorizarlo y buscar la manera de corregirlo para la próxima partida, le hace más fuerte y más maduro. Dicho de otra manera: quien ha vivido la experiencia de jugar un torneo de ajedrez contra veinte desconocidos, no parece probable que ante un examen de Polinomios vaya a ponerse nervioso.

4.- Socialización

Puede ser muy difícil hablar con un alumno alemán que ha venido de visita, puede ser dificultoso adaptarse a las costumbres de un grupo de franceses, puede ser complicado encontrar un tema de conversación con alguien veinte años mayor… Un tablero de ajedrez elimina todas las barreras: el idioma, las costumbres, el sexo, la religión, la edad… Con todo el mundo se puede jugar una partida. Es más, con todo el mundo puedes perderla. El ajedrez también te enseña esa lección, y de una forma muy contundente: no subestimes a nadie. Quien esto escribe no habla de oídas: con treinta y cinco años cumplidos perdió una semifinal contra un chaval de doce.

5.- Imaginación

Cada vez que el ajedrecista elige entre varios posibles movimientos, empieza por imaginar cómo van a quedar los posibles tableros, para luego evaluarlos. Los está visualizando mentalmente, y con la suficiente claridad como para poder contar escaques libres, amenazas o vías de escape. Esto aumenta las capacidades mentales en su conjunto y de forma muy llamativa la visión espacial; es más, hay múltiples indicios a favor de que el ajedrez previene las enfermedades mentales degenerativas y las pérdidas de memoria asociadas a la vejez. Sirva Viktor Kortchnoi como ejemplo: en septiembre del 2018, a la bonita edad de 78 años, conservaba lucidez suficiente para ganarle una partida agotadora al subcampeón del mundo, Fabiano Caruana. Kortchnoi también había sido subcampeón del mundo, pero en 1972.

6.- Adaptación al entorno y a las normas

El reglamento del ajedrez es muy estricto. Quien lo practica, puede sentir en un momento dado unas ganas locas de coger las torres del adversario y tirarlas por la ventana; pero seguro que no lo hace. Hay un reglamento. Y por mucho que quiera ganar, sabe que debe hacerlo adaptándose a las normas, no contra las normas. Luego va al instituto y le parece lo más fácil del mundo adaptarse al horario y a las normas de convivencia: tan severas como el ajedrez seguro que no son.

7.- Paciencia y concentración

Ganar una partida de ajedrez puede costar diez movimientos o puede costar cien. Para desarrollar la paciencia, el autocontrol y la capacidad de concentración, el ajedrez es insuperable. Quien lo practica, quien ha sufrido en sus propias carnes una de esas terribles partidas de cinco horas en las que notas cómo te duele cada tendón y cada neurona, no ve dificultad alguna en permanecer concentrado cuarenta minutos para hacer un examen de ecuaciones.

Resumiendo todo lo anterior, si ves a un profesor con diez o doce tableros en el aula, no pienses que ha enloquecido. Está usando una herramienta tan eficaz como infravalorada, está recorriendo ese laberinto llamado ajedrez.